NO TOQUES NUNCA EN UNA CONCENTRACIÓN MOTERA O SÍ, PERO ATENTE A LAS CONSECUENCIAS.
Ya os comenté en el capítulo anterior que era peliculero de profesión, pues bien, os confieso que tocar con tu combo escolar en una concentración motera es como ir al Far West, concretamente mi referencia es “Dodge City ciudad sin ley”, allá donde Wade Hatton pregunta: ¿Qué hay de nuevo en Dodge? Y Charley contesta: Ya sabes, vaquero, más o menos lo mismo de siempre: juego, borrachos, peleas a espada, sobre todo eso, espadas (esto se entenderá a posteriori). Pensaréis que me he pasado varios trastes, nada más lejos, en una concentración motera el público está siempre en el Saloon y la banda sufre su solitario “Duelo al Sol”
O al menos eso nos ocurrió a nosotros.
Pongámonos en antecedentes, supongamos que como banda os creéis que ya sonáis decentemente como para tener un repertorio apañadito y que el sexo, drogas y rock and roll están ya a dos grados de separación de vuestro primer Live Aid. Añadamos ingenuos a esa suposición que uno de los miembros de tu banda (siempre, es que siempre es el bajista…), os propone hacer una gira por concentraciones moteras, la gira no será larga, eso sí, pero te llevará a Getafe y casi al extranjero, concretamente a Castejón de Sos, que estará a qué… ¿a 60km de Francia? Sesenta kilómetros, en la memoria exuberante de un rockero, es casi-la-France, luego es gira internacional
Total, te vienes arriba, ya tienes furgo, cargas hasta arriba de cosas que molen a los ojos de nativas oscenses/francesas, moteros tatuados y te pones el “Blues del autobús” de Miguel Ríos como banda sonora del viaje. Coreas el: “Cierto, que el equipo aquel nunca suena igual. ¿Qué misterio habrá? Si podemos conectar, lo demás… Se puede olvidar…
No voy a dar nombres, aviso, digamos que se trata de una banda compuesta por cinco de los mejores proyectos de músicos del rock hispano que fueron encarcelados por un delito que no habían cometido… y que, como músicos de fortuna, si tiene usted un problema (o sea, cero presupuesto), quizá pueda contratarlos. Así A.J.; J. P; G.E.; O.H.; P.R. Y F.S. (este extranjero, obvio dadas las iniciales) tocan el Centro Gallego de Getafe, bajo un sol de injusticia (porque no es justo ni de ley tocar a las dos de la tarde en Madrid en verano) ante un público ausente (o que, más bien, abarrota el Saloon). Dos altavoces, un micro que tanto sabe de una muñeira como del “The ace of spades” y un altillo abalaustrado (léase terraza de bar 2×2). Pero no te vienes abajo, nadie te regaló nada y los comienzos son así. Delante de ti, tres de tus sobrinas, sus dos hijos pequeños y un primo con vergüenza ajena se menean tímidamente al son de Led Zeppelin como único público. No son moter@s. El absurdo acaece cuando el teclista, borracho por la espera hasta que quitaron del escenario los farolillos del día de las Letras gallegas, grita un “Me voy a mear” durante la introducción del “Hold The line” de Toto y deja a la banda colgada. A su regreso no da dedo con tecla en la muy famosa introducción del tema.
A nadie le importa, porque todos los moteros están en el Saloon o dándole al pulpo a feira: Kawasaki, Honda, Ducati, Harley, Suzuki, KTM, Triumph y Yamaha, a cada una le toca una pata del octópodo.
Así es que el primer concierto de tu primera gira acaba con la furgoneta zarandeada por los moteros que sí, ahora sí, te hacen caso.
Algún día nos reiremos de esto, dice uno.
La cosa parece mejorar en el extranjero, en Castejón de Sos. Hay equipo, hay gente, te dan de comer bien, puedes repetir incluso ensalada campera. Te bañas en calzoncillos en el agua helada del glaciar que te deja bien despierto, pero… Siempre hay un, pero y tantas veces sin un ¿por qué?… Te subes al escenario ilusionado, haces rugir motores y… se repite el panorama. Todo Cristo está en la barra, a excepción de una motera que yo creo que le ha echado el ojo al bajista.
Empiezas a tocar… ni Cristo delante, alguno menea el culo en barra entre birras. J.P. maldice interiormente deseando que a alguno se le joda la junta de la trócola de su moto. Público difícil. Eres una rockstar, te sobrepones. Llegas a tu temazo estrella y, por sorpresa, el organizador del concierto se sube al escenario, te interrumpe en tu segundo “Keep your eyes on the road, your hands upon the wheel”, te roba el micro y dice que hay pelea… Delante de ti (alucinado), dos tipos se ponen a darse una zurra con espadas. Te tranquilizas porque te susurra que es parte del show. Los de la banda os miráis unos a otros pensando “¿Dónde coño nos hemos metido?”. Total, estoicamente esperas a que acabe aquello medieval/motero…, retomas el tema, dices alguna gracia para engarzar (que ni puta gracia hace…), y cuando vas a llegar al: Let it roll, baby, roll del que Morrison se sentiría orgulloso, suena un “pum” y por segunda vez en un minuto te interrumpen porque… ¡Hay fuegos artificiales! ¡Y tócate los… que contemplas a los moteros con la boquita abierta, mirando al cielo y coreando las figuritas: la palmera dorada, el subeybaja, la peonía… Y los fokin´ Suzukis acompañándolo con un ¡Ohhhh! … ¿Moteros estos? ¡Mis coj…! ¡Pero sucede la magia! La seductora fan que se quiere mancillar al bajista grita: “Vosotros seguid, que suena guay”. Y en un arranque de clarividencia, G.E. el teclista y ex alcohólico anónimo arranca con las primeras notas de Green Onions de Booker T. & The MG’s… ¡Y aquello suena como nunca! Una jam de locura. Entonces nos miramos unos a otros, nos reímos, somos cómplices como nunca y yo, como en esa no se canta, saco la petaca y me pego un lingotazo de coñac que hasta la nuez improvisa baile.
A la mañana siguiente, en la furgo, todos rotos… porque después del concierto sí, sí, después nos portamos como auténticos moteros en la barra, pues entonces el bajista A.J. pregunta, ¡Qué, chavales! ¿Volvemos el año que viene? A lo que todos al unísono contestamos convencidos: ¡Por supuesto! ¿Qué seria del rock sin estos ratos? O acaso hay algo más divertido que una gira internacional con tu combo de escuela. Otra razón para vivir Rockin´Mad
P.D. Todo fue así, lo juro por los Milli Vanilli … y el que me lleve la contraria, que se reconozca en las iniciales y se manifieste.